Unos meses atrás el aire acondicionado de ventana de
mi cuarto explotó. Sí, así mismo: ¡Boom! Una noche mientras me encontraba en
medio de un sueño sin sentido, hubo una
pequeña explosión por causa de un cortocircuito y mi viejo aire
acondicionado se prendió en llamas.
Después de unos cuantos segundos de caos y apagado el
fuego, no me quedó de otra que acostumbrarme a dormir con el aire acondicionado
central de la casa, lo cual para sorpresa de todos, terminó resultando ventajoso
ya que el mes siguiente al incidente, al llegar la factura de la electricidad,
descubrimos que éste consumía menos energía. Pero para desgracia del que paga las cuentas, esto no duró
mucho porque días después de la llegada de la maravillosa factura, el aire
acondicionado central se dañó por razones aún desconocidas, y yo nuevamente, me
quedé sin aire acondicionado.
Los primeros días no fueron tan malos, a la semana ya
no soportaba el calor que emanaba de mi cuarto. Y sin pensarlo demasiado,
decidí mudarme a la segunda planta, donde dormiría en un sillón.
Desde entonces, todo fue “mejor”. Tenía un espacio que
me aislaba del resto, tenía un lugar desde donde podía ver el atardecer, que se
prestaba para picardías, donde no se escuchaban los gritos ni peleas, donde
podía descansar tranquilamente. Sin embargo, la incomodidad del sillón se
convirtió en un problema que resolví momentáneamente con un viejo y roto
sofá-cama que se encontraba en una esquina de la habitación.
Lamentablemente, a menos que tuviese con quien
acurrucarme en tan reducido espacio, el sofá-cama era casi tan incómodo como el
sillón. Así que con ayuda subí el colchón de mi cama al segundo piso el cual
fue bajado al día siguiente con la excusa de que “ese espacio no me
pertenecía”.
Después de una hostil conversación, la segunda planta
fue reconocida como mi espacio provisional, sin embargo, no conseguí que nadie
me ayudara a subir mi colchón otra vez, de modo que me resigné a dormir
intercalando mis noches entre el sillón y el sofá-cama. Y fue así hasta el día
de hoy.
Entre el malestar emocional-sentimental y el cansancio producto de una larga jornada laboral, una siesta parecía ser lo más sensato. Pero después de despertar unas horas después con mayor pesadumbre que antes, me invadieron dos interrogantes: ¿Por qué tengo que despertar todos los días como si no
hubiese descansado en toda la noche? ¿Por qué tengo que resignarme a vivir con
dolor de espalda por dormir en una posición incómoda?
Al final, una cosa es no poder cambiar el hecho de que otros
sean como son y otra muy diferente es sufrir por creer que no tengo la
capacidad de remediármelas yo misma. Así que si tanto quiero vivir lejos de
ellos, tengo que comenzar por no necesitarlos, de modo que decidí subir sin
ayuda de nadie mi colchón por las escaleras. Era simple, si lograba subirlo sin recurrir a
segundos, estaba lista para vivir sola, si no lo lograba…me tendría que resignar a tener de por vida un roommate.
Después de poner a prueba mi fuerza bruta y mi
voluntad, puedo decir que un colchón puede a ser realmente pesado y subirlo por
unas escaleras muy estrechas y empinadas es muy complicado. Sin embargo hoy,
después de mucho tiempo, voy a dormir cómodamente y con la satisfacción y
seguridad de que si mañana al llegar del trabajo mi colchón se encuentra otra
vez en la planta baja, voy a volverlo a subir a la segunda planta sin ayuda de
nadie.