Por diversas circunstancias, mi estado de ánimo
estuvo divagando bajo el subsuelo los últimos días. De mí manaba un aura oscura
que solamente atraía malas energías que de alguna manera terminaban
materializándose en forma de exámenes aplazados, dinero perdido, golpes en la
cabeza, raspones, cortadas, caídas y peleas con cualquiera que tuviera la
osadía de intentar dirigirme la palabra más de lo estrictamente necesario.
Finalmente la depresión terminó venciéndome, y esta
mañana yo no era más que un ser apático sentado en el piso de la universidad,
criticando a cuanta alma inocente me pasaba por el frente mientras esperaba que
fuera la hora de irme.
Fue entonces cuando ocurrió una situación muy
curiosa: Estaba a unas teclas de enviarle a mi mejor amiga un mensaje diciéndole
que me sentía muy sola cuando a pocos centímetros de mi cara apareció un perro
callejero intentando lamerme el rostro. Inmediatamente intenté apartar al perro,
pero éste insistía en estar prácticamente encima de mí. Después de forcejear un
buen rato en vano, de intentar levantarme del suelo y de gritarle al perro que
no tenía comida que darle, me rendí y terminé acariciándolo.
El perro aceptó la caricia y no fue hasta que a mí me dio un ataque de risa que se paró y se fue.
Bastó esa situación absurda para que mi estado de ánimo cambiara completamente. Me causó mucha gracia pensar que el perro haya sentido lástima de mi soledad y por eso decidiera "hacerme compañía". Quizás simplemente quería que lo rascaran, pero al fin y al cabo esa situación me hizo comprender que mi soledad se debía a que yo era la que estaba buscando estar sola y aunque me hubiesen sucedido experiencias muy amargas en lo últimos días, yo no había hecho nada por lo cual me pasara algo bueno.
Tal vez todos esos golpes y raspones eran una forma del universo de decirme que yo era quién estaba haciendo las cosas mal.
Moraleja: Yo soy la única responsable de atraer buenas o malas vibras a mi vida y el perro sí es el mejor amigo del hombre.