Esta es una carta dirigida a esa yo que quedó del otro lado de la línea, esa que tracé pese a mi
negativa, pese a que aún hoy ninguna parte de mí hubiese deseado jamás tener
que trazarla. Nunca imaginé que al extender esa delgada línea que marcaría un final,
me dividiría en dos.
A ti, (a mí) que estás del otro lado, con tu dulzura,
inocentes ilusiones, cariñosos detalles, sonrisas sinceras y sin motivos, espero
que te apures en cruzar a este lado (rencoroso, desconfiado, cínico, pesado y
apático) a hacerme compañía, a suplantarlo.
Si tú (yo) me miraras fijamente a los ojos tal vez me
reconocerías, pero de ser así, las lágrimas nos
invadirían el rostro. “¡Cuánta desdicha!” exclamarías al verme. “Te envidio
aunque seamos la misma persona en tiempos distintos” respondería.
Confieso que no quiero querer a nadie de ninguna forma
y eso me entristece. Así como el amor (o la ilusión de ello) llena cada espacio
del alma, el desamor deja un vacío tan grande que hace dudar de la existencia
del mismo.
Conozco a quien me mira del otro lado de la línea (a ti,
a mí) pero no reconozco los ojos que me miran cuando veo mi reflejo en el espejo,
me causa pavor reconocerme actualmente, me da miedo que esto sea permanente.