«Only three types of people tell the truth: kids, drunk people, and anyone who is pissed the fuck off." — Richard Pryor»

martes, 30 de agosto de 2016

EL COLCHÓN DE LA SEGUNDA PLANTA

Unos meses atrás el aire acondicionado de ventana de mi cuarto explotó. Sí, así mismo: ¡Boom! Una noche mientras me encontraba en medio de un sueño sin sentido, hubo una  pequeña explosión por causa de un cortocircuito y mi viejo aire acondicionado se prendió en llamas. 
Después de unos cuantos segundos de caos y apagado el fuego, no me quedó de otra que acostumbrarme a dormir con el aire acondicionado central de la casa, lo cual para sorpresa de todos, terminó resultando ventajoso ya que el mes siguiente al incidente, al llegar la factura de la electricidad, descubrimos que éste consumía menos energía. Pero para desgracia del que paga las cuentas, esto no duró mucho porque días después de la llegada de la maravillosa factura, el aire acondicionado central se dañó por razones aún desconocidas, y yo nuevamente, me quedé sin aire acondicionado.
Los primeros días no fueron tan malos, a la semana ya no soportaba el calor que emanaba de mi cuarto. Y sin pensarlo demasiado, decidí mudarme a la segunda planta, donde dormiría en un sillón.
Desde entonces, todo fue “mejor”. Tenía un espacio que me aislaba del resto, tenía un lugar desde donde podía ver el atardecer, que se prestaba para picardías, donde no se escuchaban los gritos ni peleas, donde podía descansar tranquilamente. Sin embargo, la incomodidad del sillón se convirtió en un problema que resolví momentáneamente con un viejo y roto sofá-cama que se encontraba en una esquina de la habitación.
Lamentablemente, a menos que tuviese con quien acurrucarme en tan reducido espacio, el sofá-cama era casi tan incómodo como el sillón. Así que con ayuda subí el colchón de mi cama al segundo piso el cual fue bajado al día siguiente con la excusa de que “ese espacio no me pertenecía”.
Después de una hostil conversación, la segunda planta fue reconocida como mi espacio provisional, sin embargo, no conseguí que nadie me ayudara a subir mi colchón otra vez, de modo que me resigné a dormir intercalando mis noches entre el sillón y el sofá-cama. Y fue así hasta el día de hoy.
Entre el malestar emocional-sentimental y el cansancio producto de una larga jornada laboral, una siesta parecía ser lo más sensato. Pero después de despertar unas horas después con mayor pesadumbre que antes, me invadieron dos interrogantes: ¿Por qué tengo que despertar todos los días como si no hubiese descansado en toda la noche? ¿Por qué tengo que resignarme a vivir con dolor de espalda por dormir en una posición incómoda?
Al final, una cosa es no poder cambiar el hecho de que otros sean como son y otra muy diferente es sufrir por creer que no tengo la capacidad de remediármelas yo misma. Así que si tanto quiero vivir lejos de ellos, tengo que comenzar por no necesitarlos, de modo que decidí subir sin ayuda de nadie mi colchón por las escaleras. Era simple, si lograba subirlo sin recurrir a segundos, estaba lista para vivir sola, si no lo lograba…me tendría que resignar a tener de por vida un roommate.
Después de poner a prueba mi fuerza bruta y mi voluntad, puedo decir que un colchón puede a ser realmente pesado y subirlo por unas escaleras muy estrechas y empinadas es muy complicado. Sin embargo hoy, después de mucho tiempo, voy a dormir cómodamente y con la satisfacción y seguridad de que si mañana al llegar del trabajo mi colchón se encuentra otra vez en la planta baja, voy a volverlo a subir a la segunda planta sin ayuda de nadie.


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